Los taínos fueron excelentes escultores que confeccionaron artefactos ceremoniales de gran expresión artística como los duhos o asientos ceremoniales, los ídolos o cemíes, los instrumentos para el ritual de la cohoba y los aros monolíticos.
El cemí (también zemí o zeme), cuya figura, esculpida en diversos materiales y tamaños, podía actuar a voluntad influyendo de manera decisiva en el normal desarrollo de la vida humana y del medio natural: podía cohabitar con los hombres e incluso reproducirse a través de ellos. El cemí era el cuerpo vivo del dios, del ente mítico, del antepasado deificado. De la maestría con que se le tallase y de la capacidad para lograr reflejar el carácter del ser dependía en gran medida la efectividad emotiva que lo vincularía a los creyentes y el adecuado desempeño de sus prerrogativas espirituales.
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